The Invincible Ironman 330
-REFERENCIA C12B99-
1996
Guión de Terry Kavanagh
Lápiz de Jimmy Cheung y Marc Campos
Tinta de Mark McKenna
Color de John Kalisz
1,70 EUROS
Entre 1896 y 1901, los comics progresaron de modo irregular,
desde la fuerza de expresión silente de la pantomima hasta la perorata
grandilocuente del “vaudeville”, sin dejar de reír a lo largo del camino. La
comedia era entonces la clave del éxito en los comics, y el lento e indeciso
desarrollo de los “balloons” (globos) de diálogos dio la vuelta a la llave que
permitió pasar del silencio al sonido en aquellos breves seis años. Los
personajes de las series de comics en aquella bella época –que inicialmente
eran meras figuras correteando por imágenes de colores a lo largo de una o dos
docenas de viñetas semanales- advirtieron gradualmente la presencia de espacios
próximos a sus cabezas que se rellenaban con globos de diálogos que,
conteniendo en un principio breves exclamaciones solamente, se ampliaron
después hacia cabida a intercambios de ideas cada vez más complejos entre los
personajes; hasta llegar al punto que la individualidad de los héroes de los
“cartoons” (dibujos humorísticos) y el mismísimo sentido narrativo de los
episodios semanales en color, pasaron a depender de los contenidos de aquellos
globos, finalmente victoriosos. El sonido no aportó al cine tantas
posibilidades narrativas y distintivas como las portadas gracias al hábil
empleo del innovador globo de diálogo en la nueva forma artística del cómic.
Por supuesto, los globos de tipo decorativo y subsidiario ya habían figurado en
los mundos de los “cartoons” y de las publicaciones coloreadas, tanto en Europa
como en América, ya desde el siglo dieciocho, normalmente con argucia para
permitir a políticos y ciudadanos caricaturizado –pues la mayor parte de
este primer material que se vendía y pregonaba por las calles era de índole
política- hacer comentarios incidentales que divertían a los compradores de
estas publicaciones que sabían leer. Pero los dibujos eran siempre totalmente
comprensibles por la vista, sin necesidad alguna de recurrir al escaso diálogo
presente; incluso los grabados donde se presentaba un conjunto narrativo de
viñetas se valían de la acción pantomímica para llevar adelante sus fines.
Algo
más tarde, una utilización puramente humorística de personajes gráficos
reiterados en revistas ilustradas baratas (como la imagen de Ally Sloper que se empleó durante años
en la portada del semanario “Ally Sloper´s Half Holiday”) no estimuló todavía
el desarrollo de los globos de diálogo para la transmisión de elementos cómicos
decisivos (quedando Sloper y otros personajes parecidos, limitados a un
rezongar esporádico y secundario mediante la fórmula del globo.
Las novelas populares empezaron a publicar ilustraciones
hacia 1800, y siguieron haciéndolo con bastante frecuencia hasta después de
1850; naturalmente, no se utilizaban en absoluto los globos de diálogos pero la
influencia resultante de su gran moda encauzó a dibujantes como el suizo Rudolphe Töpffer (1799-1846), el alemán
Wilhelm Bush (1832-1908) y el
francés Cristophe (1856 – 1945) hacia la narrativa pictórica, de modo tal que estos dibujantes produjeron
invariablemente sus historias gráficas en forma de ficción ilustrada, con
diminutos bloques en prosa o en verso al pie de cada viñeta, y prácticamente
sin globos de diálogos de ninguna clase. Aunque el sentido común hubiera
conducido a estos dibujantes –bajo otro aspecto, audaces – a la conclusión de
que los globos de diálogos utilizados en
extenso para sus propósitos narrativos y de caracterización, facilitarían
en grado sumo la lectura de sus historias – haciendo a la vez posible eliminar
toda o gran parte de la verborrea impresa que desviaba del dibujo los ojos del
lector-, la necesidad de seguir un camino ya conocido para los lectores les
habría disuadido. Por consiguiente, cualquier nacimiento de la forma artística
del comic anteriormente a su desarrollo real en la prensa de la década de 1890
resultaba inverosímil a causa de la rigidez existente en el ámbito del
“cartoon” y a la causa del respeto a las expectativas del público.
En la época de la aparición del primer suplemento cómico a
color en la prensa, en el “World” de
Nueva York, el 24 de diciembre de 1893, nadie había contado todavía una
narración ilustrada sirviéndose de globos de diálogo explicativos y, menos aún,
pensando en enlazar dicha fórmula con la idea de personajes reiterados a través
de su publicación continuada: resulta evidente que si alguien lo hubiera hecho,
habría creado la primera serie de comics. Cuando, por fin, este avance
renovador se impulsó –sin ninguna conciencia aparente de las perspectivas
creativas que se acababa de abrir- noo fue sino como consecuencia de la
evolución –prácticamente casual- de un tema humorístico protagonizado por un
personaje semanal de “cartoons” que se desarrollaba en el “World”, pasando poco
después al periódico rival, el “Journal” de New York.
Este primer personaje era, desde luego, el célebre Yellow Kid creado por Richard Felton Outcault (1863-1928) para el “World”; un pilluelo ambiguamente
irlandés-oriental que se destacó poco a poco de entre las figuras del fondo de
una serie de “cartoons” humorísticos de niñó de suburbios, dibujados
habitualmente para su toma de lugar en Hogan´s
Alley, nombre mencionado en los distintos títulos que se otorgaban a las
entregas semanales de la serie. El mero encanto pictórico del Kid, con los
dientes separados y camisón de dormir, se ganó la atención del público, y
Outcault convirtió al Kid en la figura central de las anécdotas que ocurrían en
Hogan´s Alley. Al poco tiempo, incorporó algunos lemas graciosos a la parte
delantera del camisón del Kid (precediendo a las frases que ostentan las
camisetas actuales); y luego, en una ocurrencia genial, tuvo la idea de que el
Kid se expresara por medio del camisón: es decir, transformar el camisón en una
especie de alocado globo de diálogo. Por desgracia, lo dicho por el Kid a
través de su camisón en los dibujos de una sola gran viñeta semanal –que era su
formato-, no guardaba sino una relación muy periférica con la comedia ilustrada
de los dibujos por sí mismo (básicamente, los comentarios de la parte delantera
del camisón del Kid mostraban una vena filosófico-cómica: ocurrentes y
mordaces, pero sin afincarse en el diálogo narrativo ni en el de los personajes
para revelar de algún modo la acción gráfica presentada) siendo por
consiguiente un avance no real hacia los potenciales narrativos del comic. Los
auguraba, sí, pero nada más.
Esto era particularmente curioso en aquel momento, puesto
que en la década de 1890, el “vaudeville” estaba en su apogeo en New York, y la
esencia de las escenas cómicas de “vaudeville” –como las de Weber and Fields,
Smith and Dale, Moran and Mack, y muchos otros grupos- se basaban en el
diálogo. Un diálogo chispeante, un diálogo a través del cual se revelaban los
personajes, un diálogo que hacía progresar la narración. Lo que precisaban las
nuevas producciones seriadas del “Journal” con Outcault a la cabeza, era
equiparar la página cómica al “vaudeville”. Sin embargo, pasaron los meses de
1897 y 1898 hasta llegar a 1899, y los nuevos dibujantes que se habían adherido
a Outcault en el desarrollo de personajes seriados, no percibían aún que el
habla en las producciones de comics era la clave para la verdadera
universalidad de su atractivo, y que su falta era el gran defecto de sus
personajes, por otra parte, de gran impacto visual; defecto éste que en la
época encorsetaba claramente su audiencia a las masas semianalfabetas de New
York, que devoraban el “World” y el “Journal”, pero rara vez se acercaban a
otros periódicos. Por extraño que parezca, el único dibujante que en este
período advirtió las posibilidades de confiar, aún esporádicamente, en los
globos de diálogos para conseguir las chispas cómicas, no fue Outcault –quien
retiró su serie Yellow Kid en el punto culminante de la Guerra HispanoAmericana
de 1898, debido a la revulsión pública dirigida hacia el color amarillo, que
entonces llegaba a asociarse a la bandera española-, sino un joven dibujante
recientemente incorporado a la producción cómico-gráfica del “Journal”, a quien
Hearst había pedido desarrollar la célebre idea de Max und Moritz de Wilhelm
Bush en una serie regular del “Journal”, en parte para reemplazar al
desaparecido Kid. Este dibujante era Rudolph Dirks (1877 – 1968), que se había
unido a otros nuevos talentos del “cartoon” en el “Journal” en 1897, durante la
introducción de nuevas series de personajes seriados como The Blackberries de
E.W Kemble, (1861 – 1933), Tinkle Brothers de Harry Greening (1976 – 1930)
Tabbies de Louis Wain (1860-1939) y Tigers de James Swinnerton (1875 – 1974).
Dirks, que fio comienzo a la publicación de Katzenjammer Kids el 12 de
diciembre de 1897 (con el título de Ach, Those Katzenjammer Kids!) durante la
cual los chicos alborotaban en el curso de una típica pantomima en torno a una
manguera en un jardín, se atuvo a la pantomima –con la añadidura muy ocasional
de breves textor impresos y globos de carácter irrelevante- durante
prácticamente la totalidad de su obra primeriza. Cuando, finalmente, Dirks
dibujó un episodio empleando globos de diálogo de modo adecuado y sistemático,
llevaba ya varios meses embarcado en la obra; al igual que Outcault, no parecía
percatarse de ninguna contribución especial en lo que había hecho, y retornó al
siguiente episodio al recurrir al formato usual de la pantomima.
Hooligan, una especie de príncipe MishKin de los comics, un
pobre diablo eternamente contento que llevaba una vistosa lata por sombrero,
era un charlatán. Hooligan desencadenaba tempestades de verborrea a la más
mínima oportunidad.
Así pues, desde 1894 hasta finales de 1904, vemos avanzar
por debajo del encanto superficial t los deleites bufonescos de las primeras
grandes series, una directriz que, aunque totalmente ignorada, rebosaba de
vitalidad y experimentaba continuas transformaciones, evolucionando desde el
limitado gag gráfico y el hilo narrativo de escaso interés para los artistas
más creativos y la gente culta, hasta alcanzar una forma artística y narrativa
absolutamente nueva, que acogía en su seno potenciales creativos imposibles en
cualquier otro medio. El primer elemento crucial –frecuencia y regularidad de
publicación- se debió a la introducción de los nuevos suplementos humorísticos
a color en la prensa de la década de 1890 en Nueva York; el segundo –desarrollo
gráfico y personajes fijos.- llegó inicialmente a través de las inteligentes
plumas de iniciales jóvenes dibujantes y, a continuación, de un respetado
veterano del arte humorístico; y el tercer elemento unificador, el más lento de
todos en llegar, fue –claro está- la adecuación de los globos a la exposición
del personaje y al sentido del relato. Todo esto llegó de un modo tan gradual
que la mayoría de los lectores de aquel entonces debieron darse cuenta hacia
1903, cuando la nueva forma ya se había implantado rotundamente en media docena
de suplementos cómicos de Nueva York, a la vez que en una docena más de
ciudades que iban desde Filadelfia a San Francisco, que llevaban años leyendo
comics. En efecto, la revolución fue tan absoluta que, décadas después, cuando
algún dibujante americano, como J. Carver Pusey o Carl Anderson, creó una serie
de gags de pantomima (como sucede con Benny de Pusey, en 1926 o con Henry de
Anderson en 1935), se vió aclamado por los lectores y la prensa al ser
considerada una originalidad imaginativa y renovadora que daba un poco de luz y
aire fresco a la tupida maraña del generalizado diálogo del comic.
Como ayudantes y guionistas, mi padre usó brevemente a
George Donnan (en los años 30, según creo, y el apellido podría ser Donan,
tampoco estoy seguro). Rudy decía que yo era el único ayudante competente que
tuvo. Yo mismo he prescindido de toda ayuda en el guión o el dibujo desde que
me encargué de la serie, hace algo más de veinte años. El pasado otoño, en el
Museum of Cartoon Art de Greenwich, Connecticut, un comité eligió por primera
vez a un dibujante para su “Hall of Fame”. Mi padre, Rudolph Dirks, se sentiría
orgulloso de saber que es el único artista que fue elegido unánimemente por el
“Hall of Fame”. Desde luego, yo sí que me siento orgulloso.